martes, 31 de mayo de 2011

Lo que opino sobre los Indignados

No me gusta hablar de política. Muchas veces cuando lo hacemos, los ánimos se encienden, algunos se pueden ofender y otros muchos pelean por convencerte de que su ideología es la correcta y la tuya, la errónea. Por eso no me gusta hablar de política. Me considero de izquierdas, sí, esa palabra tan manida y tan ridiculizada por la derecha de nuestro país. Y lo soy con todas sus consecuencias, sus contradicciones y sus errores, pasados, presentes y futuros. Mi familia ya lo era antes de que yo naciera. Casi como si de una tradición se tratase mis padres son fieles a un partido y lo votan con veneración aunque, a veces, no estén del todo de acuerdo en cómo ha llevado las cosas. Yo, en cambio, me guío un poco por la filosofía del mal menor, es decir, ningún partido me representa al cien por cien, pero hay varios que se acercan a mi manera de pensar y su programa político no dista demasiado del que yo, si fuera a dedicarme a política, presentaría.

Las protestas pacíficas en plaza Cataluña y en la plaza del Sol, así como en otros muchos puntos de nuestra geografía, han centrado durante muchos días la actualidad informativa y yo, como cualquier ciudadano, tengo una opinión propia. Como persona de izquierdas que me considero, siento decir que me cuesta entender algunas de las cosas que defienden, le moleste a quien le moleste. Eso no quiere decir que las vea con malos ojos y que las menosprecie en ningún caso. De hecho, algunas de sus propuestas no puedo recibirlas más que con escepticismo. El tipo de modelo asambleario que promulgan estas concentraciones es muy loable pero poco práctico a nivel político. Tenemos que delegar nuestra representación en partidos políticos para que los mecanismos democráticos sean operativos. A ellos, a los partidos políticos, se les deben pedir responsabilidades, sí, pero a través del voto. No pueden decirme que todos los políticos son iguales, no lo son, me niego a creerlo. Creo que con la democracia hay que estar a las duras y las maduras y muchas de las propuestas que los concentrados defiende es de todo menos real. Bonita en sus utopías pero irreal. Otras ideas que he escuchado, como acabar con las pensiones vitalicias para los cargos políticos o reformar el sistema electoral me parecen muy interesantes pero para hablar de ellas en el Congreso que para eso lo tenemos. Seguro que más de uno cree que por escribir esto no soy de izquierdas pero me da igual. Yo sé lo que soy.

Entiendo las causas, el malestar ante el paro, la indignación ante la actitud incomprensible de muchos los políticos. Creedme, más que nadie lo entiendo porque he estado en el paro y me he tenido que buscar la vida para tener un salario que, aunque indigno, me permite la subsistencia. Valoro, además, el clima de debate y diálogo que todo ello ha generado. Pienso, sin embargo, que cuando los precios de los pisos estaban por las nubes, los sectores de la construcción e inmobiliario (y  a su costa los ayuntamientos) hacían el agosto, nadie se manifestó, nadie se quejó de manera masiva, ni vio venir que la situación era insostenible. Estoy segura que muchas de esas personas que hoy se manifiestan se metieron en hipotecas imposibles con los ojos cerrados y, sin pensarlo, estiraron más el brazo que la manga. Lo siento, pero eso es así y las consecuencias de la crisis lo demuestran. También sería bueno, por una vez, hacer un poco de autocrítica, responsable y no demagógica, ver que también la sociedad tuvo una parte de culpa porque somos seres pensantes y eso supone unos derechos, sí, pero también unas responsabilidades. Por supuesto que los políticos, sean de la ideología que sean, no han estado a la altura ante la crisis y que se les tiene que exigir más, mucho más, pero para eso están las urnas, la democracia imperfecta que tenemos pero al fin y al cabo democracia. Nos ha costado mucho conseguirla, no la desprestigiemos ahora como si no valiera nada.

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